Reed Brody: “Israel y Trump están generando antisemitismo”

Hijo de un judío húngaro superviviente de los campos de trabajo en Alemania que acabó siendo catedrático de Literatura en EE UU, Reed Brody (Brooklyn, 71 años) ha dedicado su vida a la justicia internacional hasta el punto de que es conocido como “el cazadictadores”. Autor de Atrapar a un dictador. La búsqueda de la justicia en un mundo de impunidad (Ed. Debate), dedicado a Hissène Habré, expresidente de Chad (1982- 1990), que se publicará en España el día 29, visitó Madrid el pasado lunes para participar en el foro Recuperar la democracia y el Estado de derecho en Nicaragua (es miembro del GHREN, el grupo de expertos de la ONU para este caso). El pequeño país centroamericano fue el comienzo de un largo viaje cuyas principales etapas han sido la Contra nicaragüense, el caso Pinochet, los genocidas de Ruanda o el sátrapa haitiano Jean Claude Duvalier. Ahora anda detrás de Yahya Jammeh, tirano de Gambia entre 1994 y 2017, exiliado en Guinea Ecuatorial. Brody, ex fiscal adjunto de Nueva York, exportavoz y asesor jurídico de Human Rights Watch, y pareja de la cineasta Isabel Coixet, vive entre Barcelona y Francia. Habla un perfecto español con acento argentino, fruto de sus estancias en América Latina.
Pregunta. Dada la evolución política del mundo no le va a faltar trabajo: Ortega, Maduro, Putin...
Respuesta. Y Donald Trump… A mi hijo le encanta decir que su padre es un cazador de dictadores. Es una bonita tarjeta de presentación, pero no refleja la seriedad de mi trabajo, que consiste en poner el foco en las víctimas, en los supervivientes. Sí, desgraciadamente, no falta trabajo.
P. Ahora se ocupa también de Gaza.
R. He preparado una petición a la Corte Penal Internacional (CPI) sobre la complicidad de Joe Biden y su Administración en los crímenes cometidos en la Franja. Trato también de movilizar a la opinión europea para resistir frente a Trump.
P. ¿Qué opina de que el Tribunal Supremo de EE UU concediera a Trump una amplia inmunidad penal?
R. Hace un año, advertí en este periódico que Trump II sería peor que Trump I. Su primer mandato fue un accidente, no estaba preparado y se rodeó del establishment republicano que le decía lo que podía y no podía hacer; ahora está rodeado de gente que le da la razón. Estamos frente a una amenaza existencial para la democracia estadounidense.
P. La CPI va a cumplir 23 años. ¿Cómo juzga su labor?
R. La existencia de la CPI ha sido muy positiva para el mundo, pero nunca ha podido condenar a un funcionario de cualquier Estado. La tragedia es que la justicia internacional desde Núremberg ha funcionado solo para enemigos derrotados, para marginales como africanos y rebeldes, o para enemigos de Occidente, como Slobodan Milosevic y Vladímir Putin, hasta la inculpación de Benjamín Netanyahu. Las dos acciones más valiosas de su historia son las órdenes de arresto contra Putin y Netanyahu, pese a que no haya ninguna posibilidad de capturar a ninguno. La debilidad de la CPI es que no tiene policía.
P. ¿Prosperará la demanda por genocidio contra Israel en el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya?
R. El tribunal ha impuesto unos estándares para demostrar que hubo genocidio casi imposibles de satisfacer. En el caso de Bosnia dijo que se podía hablar de genocidio porque era la única explicación para las acciones de un país. En el caso de Israel no es la única. Hay otro asunto que va a llegar antes al tribunal: el caso contra Myanmar por la minoría rohinyá en el que muchos países presionan para que se rebaje el umbral de la prueba de genocidio, y si se consigue se aplicará a Israel. Como judío, rechazo totalmente lo que está haciendo Israel. Es vergonzoso.
P. ¿Morirá el derecho internacional entre los escombros de Gaza y Ucrania?
R. Son dos casos distintos. Hay unanimidad en que Rusia es condenable por sus acciones y en Europa se le ha negado la entrada a Putin. Con Netanyahu hay matices. Creo que las matanzas en la Franja se están cometiendo con la complicidad o inacción de Occidente. Tampoco se puede utilizar la Shoah como excusa. Como judío, tengo la responsabilidad de denunciar no solo lo que hace Israel, sino también la utilización política del verdadero concepto de antisemitismo. Israel está generando antisemitismo y lo hace Trump, utilizando el antisemitismo como excusa para ahogar las universidades, nos convierten en el pretexto para acabar con la libertad académica, la libertad de expresión, la de prensa…

P. Nicaragua fue su caída del caballo, su conversión al mundo de los derechos humanos. Ahora vuelve 40 años después, pero esta vez para luchar contra los antiguos sandinistas.
R. Como fiscal adjunto en Nueva York, siempre tuve como objetivo la justicia social. Recorrí América Latina como mochilero y toda mi generación estaba entusiasmada con la revolución sandinista. Fui a Nicaragua con un colega de la fiscalía cuyo hermano era misionero en un pueblo en la frontera con Honduras. La gente nos contaba las matanzas de la Contra, me encontré con crímenes financiados por mi país. Decidí volver para investigar y pasé cinco meses viajando por zonas de guerra. Me encontré por primera vez con mujeres violadas, testigos y supervivientes de matanzas, de torturas, de desapariciones forzadas. Para mí fue una prueba de fuego. Mi informe sobre la situación puso en jaque la política de Ronald Reagan. Acabé a los 31 años declarando en el Congreso y el informe contribuyó a la decisión de cortar la ayuda a la Contra. Ahora a nadie parece importarle Nicaragua, pero entonces Centroamérica era el centro del mundo para EE UU. En este momento, tengo la impresión de que el caso nicaragüense es el hermano menor de Venezuela.
P. ¿Cómo es ver en qué se ha convertido el sandinismo?
R. Mantuve el contacto con Nicaragua y después de las matanzas de 2018, me propuse volver. Es parte de mí. Hay una frase de Martha Gellhorn: “Siempre estarás enamorado de tu primera guerra, el resto es trabajo”. Volver y completar la tarea. ¿Quién iba a pensar que Nicaragua acabaría así? Que Daniel Ortega, que se rebeló contra una dictadura familiar, terminaría creando la suya.
P. En su libro, define a Habré como el “Pinochet africano”.
R. Lo hice para identificar el antecedente jurídico al que nos enfrentábamos, pero en realidad es insultante para los dos. Porque Pinochet era un defensor del catolicismo, un dictador de derechas, mientras Habré, que fue llevado al poder por EE UU y apoyado por ellos durante todo su reinado y casi hasta el final por Francia, le gustaba Fidel Castro, se consideraba antiimperialista. Pero cuando Pinochet está en Londres y ganamos tras el fallo de la Cámara de los Lores, que dijo que no tenía inmunidad, a pesar de su estatus de ex jefe de Estado, comienza todo. Ahí, en 1998, nos damos cuenta de que tenemos en la jurisdicción universal un instrumento contra la impunidad.
P. También afirma que la justicia internacional solo prospera cuando las víctimas tienen nombres y apellidos.
R. Eso es muy importante. Veo casos de la CPI, por ejemplo, en los que la gente no es capaz de identificar a una víctima de Darfur o de Congo… En el caso de Pinochet, nuestro abogado chileno, Roberto Garretón, me dijo que tenía los nombres, las fotografías y las historias de sus víctimas, pero que en el caso de Zaire, donde él era relator de la ONU, no podía decir si había dos millones o tres millones de muertos, no tenían nombre. Eso me demostró por qué Pinochet estaba siendo juzgado y no Mobutu.
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